CROW cumple ocho años en LAB con una noche de techno sin concesiones
El octavo aniversario de CROW en LAB theClub fue una declaración de principios: cabina instalada a nivel de pista, iluminación mínima de principio a fin y una asistencia de perfil más veterano que elevó el nivel de la experiencia —respeto en el centro, espacio compartido, móviles fuera del protagonismo y un baile atento. Sin ornamentos: el sonido mandó.
Saint Sinner abrió marcando el compás con un warm up paciente y efectivo. Bombos secos, percusiones en primer plano y transiciones largas que fueron fijando el cuerpo al ritmo. La proximidad física de la cabina permitió leer al instante la respuesta de la sala: apretar cuando la pista lo pedía, oxigenar cuando el calor subía. En penumbra, el ojo descansó y el oído tomó el control; el groove hizo el resto, compactando la pista sin recurrir a trucos fáciles.

Con el terreno preparado, Border One llevó el relato al hipnótico. Un set loopy y microscópico, de capas que entraban y salían como respiraciones; hats afilados, microcambios cada pocos compases y un fraseo minimal que invitaba al bloqueo mental sin perder pegada. Fue el tramo más abstracto: tensión sostenida, progresión sin estridencias y una audiencia —más madura de lo habitual— que entendió los tiempos y respondió con movimiento continuo.
El cierre quedó en manos de Óscar Mulero, que ejerció con autoridad. Arrancó seco, empujando desde una zona baja limpia y contundente, y trenzó el final alternando material afín con guiños a su catálogo. “To Convince for the Untruth” y “The Dirt” funcionaron como pilares de oscuridad controlada, mientras el pulso mental de “Dualistic Concept” asomaba en mezclas largas. Planearon referencias a etapas como Black Propaganda y Muscle and Mind, no por nostalgia, sino por ingeniería: faders al milímetro, cortes precisos, entradas por sombra y esa forma de desplazar aire que solo se logra con técnica y criterio. Sin poses ni artificios, Mulero llevó a la sala del vigor al trance físico y firmó un final limpio.

El desarrollo de la noche fue ascendente y coherente. Saint Sinner encendió con criterio; Border One hipnotizó con exactitud; Mulero certificó con densidad y oficio. Mantener las luces muy bajas fue clave para la atmósfera: rostros apenas insinuados, escucha al frente e intimidad colectiva poco habitual en un espacio de este tamaño. La media de edad más alta se notó: transiciones respetadas, cero empujones y ninguna urgencia por el drop inmediato. Clubbing en estado puro.
Al cierre quedó evidente por qué CROW es referente del techno más depurado en Madrid: por su gramática —DJ en pista, luz contenida, sonido calibrado—; por una curaduría que prioriza continuidad y relato antes que el impacto fácil; por la coherencia de una comunidad que entiende el club como espacio de escucha y no de pose; y por una consistencia que, año tras año, sostiene noches como esta sin traicionar el código. En su octavo aniversario, CROW no solo sopló velas: renovó su pacto con la ciudad.
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